El Apóstol Santiago
La Catedral de Santiago custodia las reliquias de un apóstol de la Cristiandad. ¿Quién fue Santiago el Mayor? ¿Cómo llegó su cuerpo a las costas gallegas? La historia y la tradición se unen en la figura de Santiago, en sus fiestas y en la rica iconografía del santo peregrino y guerrero.
¿Quién era Santiago?
La Biblia se refiere habitualmente al Apóstol Santiago con el nombre de Jacobo, procedente del hebreo Ya’akov, que pasó al latín como Iacobus, derivando en una gran diversidad de nombres propios en las distintas lenguas europeas al extenderse el cristianismo: Jacobo, Iago, Yago, Tiago, Diego, Santiago, Xacobe, Jaime, Jaume, Jacob, Jakob, Jacques, Giacomo y James son sólo algunas de ellas. La variante Santiago surgió como evolución de la composición Sanctus Iacobus.
De acuerdo con la Biblia, Santiago era hijo de Zebedeo y Salomé, y hermano mayor del apóstol Juan. Los Evangelios se refieren a él como «el Mayor», para diferenciarlo del otro Apóstol Santiago (Santiago Alfeo o Santiago «el Menor»).
Algunas interpretaciones señalan además que Salomé era hermana de María, lo que convierte a Santiago y Juan en primos de Jesús. Esto explicaría el atrevimiento de Salomé al solicitarle a Jesús que los dos hermanos se sentasen junto a él en el Paraíso, así como que Juan quedase a cargo de María tras la muerte de Jesús.
Juan, Santiago, Andrés y Pedro se dedicaban a su trabajo cotidiano como pescadores cuando Jesús llegó a la orilla del lago de Genesaret y los llamó para que se unieran a él como «pescadores de hombres». A los dos primeros Jesús los apodó Boanerges, «hijos del trueno», por su fuerte temperamento.
Juan, Santiago y Pedro llegarían a tener especial relevancia entre los Apóstoles, pues fueron los únicos admitidos en el milagro de la resurrección de la hija de Jairo, la curación de la suegra de Pedro y la Transfiguración del Monte Tabor; y escucharon las palabras de Jesús en el Getsemaní. En los episodios posteriores a la Resurrección, vuelven a aparecer en su compañía con frecuencia.
Santiago en Hispania
Según cuenta la tradición, cuando los Apóstoles marcharon a predicar las enseñanzas de Jesús por el mundo, Santiago encaminó sus pasos a Hispania. El Breviarium Apostolorum del s. VI, y los textos de San Isidoro en el s.VII y del Beato de Liébana cien años más tarde, sitúan a Santiago en distintos puntos de la Península Ibérica como evangelizador.
Los relatos más conocidos son los que refieren las visitas que recibió de la Virgen en Zaragoza y en Muxía para reconfortarlo cuando su ánimo decaía. La aparición en Zaragoza tuvo lugar aún en vida de la Virgen, cuando habitaba con el Apóstol Juan en Éfeso y, tal como cuenta la historia, María se le apareció sobre un pilar, dando así lugar a la advocación de la Virgen del Pilar. Por otro lado, la aparición mariana en Muxía mezcla elementos cristianos y precristianos: cuenta esta leyenda que cuando Santiago se hallaba predicando por el noroeste peninsular, se angustió por el poco éxito de su misión evangelizadora. Mientras oraba a la orilla del mar vio aparecer una embarcación de piedra, gobernada por dos ángeles, en la que viajaba María. La Virgen lo animó a continuar su labor y le entregó una imagen suya, para la que Santiago levantó un pequeño altar debajo de una roca.
Muchos años después, las gentes del lugar encontraron la imagen y construyeron allí mismo un santuario, la Iglesia de Nuestra Señora de la Barca, a la que cada septiembre acuden numerosos romeros. La barca de piedra quedó en la orilla y a sus piezas (tres piedras que representan la barca, la vela y el timón) se les atribuyen diversas propiedades milagrosas.
Traslatio
De acuerdo con los Hechos de los Apóstoles, en el año 44, mientras predicaba en Jerusalén, Santiago fue apresado por orden de Herodes Agripa I, quien ordenó su decapitación. Fue, por tanto, el primer apóstol en sufrir martirio.
La tradición narra que Santiago Alfeo («el Menor») recogió la cabeza de Santiago y la entregó a la Virgen María para que la custodiase. Hoy esta reliquia se conserva en la Catedral de Santiago en Jerusalén, perteneciente al Patriarcado Armenio. En cuanto a su cuerpo, sus discípulos lo recogieron y partieron en un barco a buscar un lugar apropiado para darle sepultura. En esta embarcación mágica, que no llevaba tripulación ni precisaba de guía, atravesaron el Mediterráneo y llegaron hasta las costas atlánticas.
Atracaron en el puerto de Iria Flavia, en los confines de la tierra entonces conocida, donde quedó la barca amarrada a un poste de piedra, lo que explica el origen etimológico del nombre de la villa de Padrón (pedrón). El territorio estaba dominado por una reina pagana, la Raíña Lupa. Los discípulos le pidieron un carro y una yunta de bueyes para transportar el cuerpo de Santiago. Ella, taimadamente, los envió a un monte próximo en el que pacían rebaños de toros bravos. Pero en lugar de embestirlos, los toros se acercaron dócilmente a los discípulos y se dejaron poner el yugo. Se dice que la Raíña Lupa, impresionada por este y otros prodigios, se convirtió al cristianismo.
Con el cuerpo del santo en la carreta, los toros echaron a andar sin ser guiados. En el lugar en que se detuvieran sería enterrado Santiago. Los discípulos Teodoro y Atanasio quedaron como custodios del sepulcro, y a su muerte fueron enterrados junto al Maestro. El lugar de arcis marmaricis quedaría olvidado varios siglos en la espesura del monte Libredón hasta que Paio, un eremita que habitaba esos parajes, vio una noche un resplandor que señalaba la situación exacta del templo. La fecha del hallazgo es para algunos investigadores el 813, para otros del 820 al 830. Poco podía imaginar aquel ermitaño que su descubrimiento sería el germen de una de las más florecientes ciudades de la Europa medieval, de una nueva Ciudad Santa y de una hermosa Catedral que convocaría a los fieles de toda Europa.
El guerrero del Caballo Blanco
El descubrimiento de la tumba del Apóstol fue rápidamente comunicado por el obispo Teodomiro de Iria Flavia al rey astur Alfonso II, para quien supuso un gran hallazgo: no sólo daría origen a una Ciudad Santa en el reino astur, independiente de Roma y del Imperio Carolingio, capaz de atraer peregrinos, población, conocimiento y comercio; sino que supondría un factor de aglutinación de los territorios cristianos de la Península contra la invasión del Islam.
La figura de Santiago Matamoros, el apóstol guerrero, se convirtió en verdadero estandarte de la Reconquista desde que el 23 de mayo del 844 se «apareció» ante el rey Ramiro I y otros monarcas cristianos montando un caballo blanco y blandiendo una espada para ayudarlos a vencer a las tropas de Abderramán II en la Batalla de Clavijo.
Los milagros atribuidos al Apóstol se repitieron y sus apariciones se multiplicaron, infundiendo valor a los guerreros que en su nombre («Santiago y cierra España») finalmente reconquistaron España en 1492; y propiciando más y mayores peregrinaciones de toda Europa hacia la milagrosa Compostela a través de los territorios reconquistados, surcados por el Camino de Santiago.
Representaciones del Apóstol
La Plaza del Obradoiro es un excelente resumen visual de las posibles representaciones iconográficas que se han hecho de Santiago. En la fachada de la Catedral es el peregrino de esclavina, sombrero y bordón. En el Hostal de los Reyes Católicos y en el Colegio de San Xerome aparece como apóstol, aunque con guiños a los símbolos peregrinos. Y finalmente en lo alto del Palacio de Rajoy está representado como guerrero, a lomos de su caballo blanco y junto a la famosa Batalla de Clavijo.
Alfonso Rodríguez Castelao lo explica en su libro, ‘Sempre en Galiza’: "Europa representó al Apóstol Santiago a semejanza de sus peregrinos, con esclavina y sombrero cubiertos de conchas-vieras (...) tal como se ve en la cumbre de Saint Jaques de París, a modo de santo protector de los caminos, símbolo del alma viajera de Europa".
"España representó al Apóstol Santiago a semejanza de los guerreros de la Reconquista, montado en un caballo blanco y blandiendo una espada (...); este es el Santiago Matamoros que se venera en las iglesias hispanas a modo de patrón provincial o patrón de las Españas".
"Galicia representó al Apóstol Santiago a semejanza de los Patriarcas, sentado en majestad, (...) los ojos enfilados hacia el ignoto Occidente y labios que repiten aquel salmo de David: ‘en el mar están tus caminos y en las muchas aguas tus sendas’. Así lo representó el maestro Mateo y así lo esculpió en el Pórtico de la Gloria, con réplica en el altar mayor para recibir a los antiguos visitantes de su Catedral".